jueves, 9 octubre, 2025
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Russo y Riquelme, una relación de gloria, amistad y respeto

La primera coincidencia fue circunstancial, pero esa conexión cósmica marcaría a fondo la relación entre ambos, un buen augurio inicial que sería el combustible que alimentó la cercanía a través de los años, como una estrella que nunca se apagó. Miguel Russo y Juan Román Riquelme llegaron casi juntos en ese 2007 cargado de ilusión. Miguelo venía de dirigir dos años seguidos a Vélez, y ese buen paso por Liniers pavimentaría su llegada a Boca, la gran oportunidad de su vida. Román, después de cinco años en Europa con altibajos (paso conflictivo por Barcelona, inicio glorioso en Villarreal, pero con una despidida agria) volvía al club de sus amores con sed de revancha y hambre de gloria renovados.

Boca, también, arrastraba su propia crisis, como fue el traumático paso de Ricardo Lavolpe como entrenador, con la curiosa situación que él mismo anticipara su salida en helicóptero del club, algo que finalmente terminó pasando por perder el Apertura 2006 que tenía virtualmente ganado. Miguel y Román, lo dicho, hicieron match a primera vista. Después de atravesar por conflictos varios con entrenadores en Europa (Luis Van Gaal, Manuel Pellegrini) y el estilo sencillo y frontal de Russo le vino de maravillas.

Un entrenador con muchos puntos en común con Carlos Bianchi: de la vieja escuela, que escucha al jugador, permeable también a las necesidades de un Riquelme que, ya hecho, necesitaba que un técnico se adapte a su juego y no a la inversa, como le sucedió en Europa. Russo, un tipo bicho, se lo ganó enseguida, también porque sabía perfectamente qué cosas podía negociar con él, y qué cosas no.

Riquelme y Russo, en la llegada de Miguel al club en junio de 2025.

Se entendieron sin mucho que explicar, aunque con el correr de los días el diálogo se fue aceitando. Fue, también, un Riquelme que volvió desandando viejos conflictos, al punto que pudo, supo, reconstruir su vínculo con Martín Palermo, en una tregua que, terminaría meses después.

La Copa perfecta

Fueron 6 meses mágicos, que terminaron con la sexta Copa Libertadores, que sigue siendo la última que ganó Boca en su historia. El equipo, que salió segundo en el Clausura, voló en la Libertadores, con un Riquelme, quizá, en el punto más alto de su carrera. Después, Román tuvo que volver a Europa porque se venció el alquiler, aunque volvería definitivamente seis meses después, ya sin Russo en el club.

Trece años después

Se reencontraron más de una década más tarde, desde un rol totalmente distinto. En 2019, Román sacudió para siempre el sistema político de Boca cuando decidió bajar del póster y meterse en el barro de la gestión. Como vice segundo y responsable del fútbol del club, alteró el equilibrio de las fuerzas internas y se catapultó al poder total desde la lista de Jorge Amor Ameal, que quedó reducido a la mínima expresión porque Riquelme se quedó con la botonera principal.

Así, en lugar de experimentar, Juan Román fue a lo seguro y eligió a Miguel como el primer entrenador en su flamante oficio de dirigente. La cosa empezó bien: Russo encaminó el andar del equipo, rápidamente le dio otro impulso y, literalmente, le sacó literalmente el título a River con un sprint impresionante y se quedó con la Superliga 2019/2020, que repetiría en la Copa Maradona 2020 y la Copa Argentina del 2021.

La última foto: en el Predio, su lugar en el mundo.

Pero la relación de poder se alteró, toda vez que ahora el subordinado era Russo, por más que, siendo entrenador de Riquelme, no era la relación típica de técnico-jugador. Aquí sí, el desnivel era evidente, sobre todo porque Miguelo, desde el vamos, asumió en baja, porque venía golpeado por su salud y de dos experiencias en el exterior, lejos de las luces de la gran ciudad.

Román y Russo, en 2007, un ciclo corto que llegó a lo más alto.

Así las cosas, la injerencia del Círculo Rojo riquelmista fue evidente, en una situación en la que Russo no quiso, o no pudo, imponer límites claros. Russo supo, de alguna manera, mantenerse con cierta firmeza en el cargo, pese a que alrededor suyo comenzó el operativo desgaste con la eliminación, sin atenuantes, de la semifinal de la LIbertadores 2020 a manos de Santos de Brasil (empate en la Bombonera y 0-3 en Vila Belmiro).

En 2014, se cruzaron en una cancha enfrentados. Sin la de Boca…

Otra despedida

Cuando un año después Boca se quedó otra vez afuera de la Copa (esta vez en octavos), la suerte de Russo quedó echada, por más que fue en medio de un escándalo ante Atlético MIneiro, en los penales, con dos goles mal anulados y sin merecerlo. Entonces, cuatro partidos después, tras una derrota ante Estudiantes, Riquelme apretó el botón rojo y lo despidió sin amabilidades ni remordimientos.

Pese al destrato y a cierto desprecio, a Russo no le sacaron ni una frase en contra de Riquelme. Al contrario, cada vez que le preguntaron por él, sólo tuvo palabras amables, sean ciertas o no. Si Miguel guardó algún rencor, nunca lo manifestó y lo guardó para él y sus íntimos.

Evidentemente quedaron heridas, pero el entrenador mantuvo un silencio soviético que sonó hasta desmedido, pero Russo siempre fue un hombre de códigos y no estuvo dispuesto a romperlo. Es más, él mismo contaba que el diálogo con Riquelme nunca se rompió, y durante los años que siguieron lo fueron retomando, con cada vez más regularidad.

Juntos hasta el final

Quizá fue esa actitud, además de las propias necesidades de Boca ante los continuos fracasos en la gestión deportiva, lo que lo terminaron poniendo otra vez en Boca cuatro años después, ante otra emergencia que Russo, contradiciendo toda recomendación sobre su salud, decidió atender. Fue el último sacrificio de su vida, ante un Riquelme que, es justo decirlo, acompañó hasta el final, quizá porque también se lo debía.

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