jueves, 4 septiembre, 2025
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Gracias, Messi

El investigador tecnológico inglés Mustafa Suleyman teorizó en uno de sus libros que frente a un potencial escenario indeseable el ser humano suele reaccionar con “aversión al pesimismo”. Un rechazo automático a una idea inaceptable aun cuando racionalmente la entienda inevitable.

La Argentina como estado futbolero, ya sin grietas al momento de pensar en su Selección, posiblemente comience a entrar en ese estado de aversión en estas horas. Porque Lionel Andrés Messi Cuccittini jugará, en teoría, por última vez en el país por Eliminatorias. Frente a Venezuela, el hincha participará de lo que sería el equivalente electoral a una especie de PASO sentimental. Un muestreo de lo que en algún momento deberá enfrentar y aceptar aunque duela: la despedida del último héroe. De este Leo.

Quizás el modo más propicio de celebrar a Messi, de “disfrutarlo” como Scaloni les pidió a los hinchas (y también al propio capitán), sea vivir el partido -y los que vengan a partir de ahora, independientemente del estatus- como si fuera el último.

Y que el Monumental le aplauda las fintas con la efusividad con la que le reconoció aquellas primeras gambetas eléctricas frente a Perú, en 2005, en su primera presentación ante esa gente que empezaba a conocerlo.

Y que se grite como mantra su apellido acompañado por una reverencia, esa costumbre importada de Cataluña que se ha vuelto costumbre ante cada intervención de Leo.

Y que -si su pegada así lo permite- se le festeje hasta el límite de la afonía (mañana es viernes, ¿qué más da?) otro gol en la Argentina, como aquel primero frente a Venezuela en Maracaibo, hace 18 años, o los tres frente a Bolivia en el 6-0 de hace casi un año en Núñez. Porque quizás sea el último. O no. ¿Quién sabe?

La sonrisa de Messi en la práctica. REUTERS/Agustin Marcarian

Leo, Leo…

El peor pecado, en cualquier caso, será que el hincha comience a acongojarse. A experimentar un desamparo por la posibilidad de que ya no haya bises en este show. Porque implicaría privarse de todo lo otro. De las emociones más genuinas y positivas que Leo registró a lo largo de sus 71 partidos en Eliminatorias, que esta noche serán 72 cuando salga a la cancha y alcance a Iván Hurtado como el #1 en participaciones en procesos clasificatorios.

Que las lágrimas en todo caso vengan por el recuerdo del incalculable número de hazañas que Leo firmó en estos 20 años. Como la vez que se puso la pelota debajo de la camiseta #10 para contarle al mundo que Thiaguito venía en camino. O como cuando le metió un gol de tiro libre por debajo de la barrera a Uruguay y creó involuntariamente una costumbre: la del “cocodrilo” detrás de la muralla humana.

¿Cómo olvidar su regreso barbudo y con look platinado para convertirle a ese mismo eterno rival, todo después de sentir que la Selección no era lo suyo? Una renuncia guiada por la sensación de que las tres finales que había perdido hasta 2016 ya eran suficiente castigo. Y de la que -por suerte- se terminaría arrepintiendo…

Porque luego, Messi haría (de) todo para desterrar a los detractores. Con hazañas inolvidables en Eliminatorias, como los tres goles de visitante en la altura de Quito para meter a la Argentina en Rusia 2018, cuando ya todo parecía perdido. Una señal del despegue que se certificaría en el proceso posterior al tropiezo en el Kazán Arena frente a Francia. Luego segunda.

Messi, con su amigo De Paul. REUTERS/Agustin Marcarian

El factor Scaloni

Vino un técnico que lo arropó pero que al mismo tiempo lo incluyó dentro de un equipo. Un refresh que mutó a Scaloneta ganadora, insaciable, vigente, musa inspiradora de un ”Muchachos” que se transformó en himno. Un grupo que permitió que el fútbol saldara esa deuda que tenía con Leo.

Ese Messi que saldrá al campo y recibirá su abrazo genuino de un estadio con restricciones de público pero no de sentimiento. El que lo vio debutar en el país con Pekerman, el que no pudo verlo explotar con Basile, el que lo vio bailar a España con Batista, el que atestiguó su madurez con Sabella, el que no pudo festejar con él en la era Martino, el que lo tuvo de vuelta con Bauza. Una hinchada que de este lado del Atlántico lo vio salvar a Sampaoli y que ahora disfruta de tenerlo así con Scaloni. Bicampeón de América, campeón del mundo y de la Finalíssima. Ídolo. Símbolo. Hasta de a ratos, maradoneano.

Un Messi que algún día dirá adiós en estas latitudes, cuando a la leyenda ya no le quede ni el epílogo por escribir. Pero no es el día. Aunque sepamos que llegará, es mejor no pensarlo. Y disfrutarlo como Diez manda.

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