sábado, 2 agosto, 2025
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Grace Gold, la señora paqueta que no le teme al ridículo y brilla en el canal de streaming Olga

La risa le sale fácil y profunda, con ecos de una carraspera sensual. Sus anteojos de marco ancho, su melena revuelta y sus movimientos gatunos completan ese look de señora paqueta en perfecto mix con la rebeldía hippie de los ‘60. Grace Beverley Gold Chain es la abuela y la madre que hace reír a todos. Personaje destacado de “Hablemos sin saber”, uno de los programas más emblemáticos del canal de streaming Olga; estrella absoluta en la reciente presentación de la productora en el Movistar Arena, seguida por fans de todas las generaciones, y próxima diva de la campaña de Ricky Sarkany y del Patio Bullrich, entre otros proyectos, ya tuvo su propia vida de película. “Entre cielos e infiernos”, aclara. Su edad, por documento, está al borde de las siete décadas, pero ella, incansable y sabia, asegura: “A veces tengo 15, otras 30 y algunas 150”. Con cuatro parejas, seis hijos y 12 nietos en su haber, Grace es una auténtica Mafalda que creció en el cuerpo de Susanita. Una mujer que mezcla el glamour con la huerta orgánica, y a quien las etiquetas y mandatos siempre le generaron incomodidad.

Grace en la comodidad de su casa, bromea con respecto a su edad: «A veces tengo 15 años, otras 30 y algunas 150»

–¿Quién es Grace Gold?

–En mi Instagram puse: “Madre, modelo, embajadora wellness, investigadora galáctica”. Es lo que siento que soy, una mujer que ha vivido mucho, que aprendió a reírse para no quebrarse. Pero primero y antes que nada, madre: ¡por seis! Me casé a los 17 años recién salida del colegio, mi padre me tuvo que autorizar, y al año siguiente tuve a mi primera hija. Para los 21 ya tenía tres hijas, y a los 23 me separé.

–¿Por qué todo tan chica?

–Creo que para rajarme de mi casa, porque mi madre era un sargento. Era muy mona, muy divertida y disruptiva. Pero a mí me tenía cortísima. Me buscaba en todas las fiestas. Me mandó al colegio de monjas y como me echaron me mandó al Normal. Además, lo único que yo quería era ser madre. Mi instinto maternal es superlativo. Creo que en otra vida debo haber sido madre superiora en un orfanato: ¡amo a los chicos! Siempre quise ser Susanita. Decía que me iba a casar y tener cinco hijos y ¡tuve seis!

–Separada, muy joven, y con tres hijas : ¿qué hiciste?

–De mantenida por papá y marido a que me cortaran todos los víveres. Estaba casada con un señor que me llevaba siete años, chapado a la antigua, que no me dejaba estudiar diseño, que me encantaba. A la vuelta de un viaje paramos en Hawái y yo no dejaba de mirar a los surfistas, no había otra opción [risas]. Mi primer negocio lo hice importando plantas deshidratadas de Brasil, las terminé vendiendo hasta en los supermercados y las exporté a Europa. Después me metí con los productores de frutas y verduras, proveyendo a lo supermercados. Y de repente un laboratorio me ofreció que abasteciera a los súper con vaselina, pero yo miré la lista y elegí profilácticos. Fui la primera en ponerlos en un supermercado en los ‘80 y fue un escándalo. Nunca anduve con chiquitas: o me iba bien o me estrellaba. Y tuve varios choques, pero salí adelante.

–Después tuviste otros romances.

–Sí, primero el griego economista, con quien tuve a Lola, Pía y Agustina; después el espía peronista padre de Ramón; el abogado exministro radical con quien tuve a Rómulo y Arturo, y ahora con… ¡un oligarca! [risas].

–Con tus hijas despuntaste el tema del diseño.

–Sí, fuimos Las Caradonti. Ahora lo siguen las chicas, Las Hermanas Caradonti. Pero yo siempre quise ir un poco más. Cuando se casó mi hija Paz me pedían una locura para poner una carpa, así que me conseguí circo callejero y lo alquilé con todo lo que tenía adentro, los trapecistas, los hombres que largaban fuego…

–¿Pasó algo en tu vida que te quebró?

–Varias cosas, pero lo más fuerte fue que mi hijo Ramón, que falleció a los 29 años, naciera con parálisis cerebral. Yo tenía 33 años y su nacimiento hizo que me diera vuelta como un guante. Exploré el cielo y la tierra para poder darle la mejor calidad de vida y entender los por qué de lo que le había pasado. Durante el proceso, se me movieron todas las culpas que nos incrustaron en el ADN hace miles de años. Pasé por ataques de pánico que todavía no estaban ni diagnosticados y mi vida osciló entre vivir rodeada de política a estudiar teosofía. Hice de todo por él. Pasé de la medicina alopática a la antroposofía, donde finalmente encontré el sostén desde lo científico y lo espiritual.

Con sus hijos Paz, Agustina, Rómulo, Lola y Arturo

–¿Y qué quedó en vos después de la pérdida de tu hijo?

–Queda un hueco que nunca se llena, pero también una forma de mirar la vida con otra hondura. Me transformó en alguien que no pierde tiempo en superficialidades. Cuando Ramón partió, a los 29 años, me fui a vivir al campo, y a los seis meses también murió mi único hermano, menor que yo, se lo llevó puesto un cáncer. Entré en una suerte de piloto automático para ir acomodando el cuerpo con el alma. Así que seguí investigando, tratando de entender qué fue lo que pasó y qué es lo que pasa. Aprendí que si no tomás conciencia, si no tomás las riendas tanto en la salud como en la educación, te lleva puesta la vida. Para mí fue un crecimiento espiritual gigantesco.

Grace en su chacra, donde tiene una huerta orgánica

–¿Qué te hizo salir?

–Empecé a entender que la luz que uno ve no es un tren que viene de frente a pasarte por encima, sino que es una luz al final del túnel. Entonces todo lo miraba desde ese ángulo, tratando de encontrarle el sentido a cada cosa que me parecía que no me gustaba, que era fea o que era dolorosa. Estamos tan agobiados de noticias feas que en nuestro inconsciente colectivo vibra el miedo, por eso tenemos que tratar de transitarlo todo desde el amor.

–¿Cómo fue tu llegada al streaming?

–Mis sobrinos, Luis y Bernarda Cella [creadores de Olga], me hinchaban para que fuera a visitar los estudios. Cuando fui me presentaron a Migue Granados y me agarraron de los pelos para que me quedara. Cuando me propusieron el papel en “Hablemos sin saber”, con Yayo, pensé que mis hijos se iban a morir. Pero después me dije: “¿Por qué no?” Fue algo absolutamente impensado.

–“Hablemos sin saber” es un programa de streaming que tiene un modo muy suelto de hablar de sexo, parejas y otras yerbas. ¿Cómo te sentiste haciéndolo?

–Morí de espanto, pero pensé que tenía que probar. Hablé con mi familia a ver qué le parecía, si no los hacía sentir mal. Me dijeron: “¡Dale, vieja, avanzá!” Cuando llegué a Olga no tenía idea de quiénes eran los que estaban a mi alrededor, mucho más después de que estuve tanto tiempo metida en una burbuja. Ahí me di cuenta de que Yayo es como un prócer: ¡lo conocen en todo el mundo! Desde el primer día me reí a carcajadas.

En la presentación en vivo de “Hablemos sin saber”, el programa de Olga, en el Movistar Arena

–¿Qué te da tu personaje?

–Me divierte y me libera. Me sorprendió mi capacidad de animarme al ridículo.Nunca imaginé que el humor podía ser tan terapéutico y liberador a esta edad. Priorizarme sin culpa. Elegir el goce en todas sus formas. Además, detrás del absurdo hay verdad, y a veces así se dice lo que no nos animamos a verbalizar.

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